PAÑALES
Todo
nuevo comienzo trae nuevas ilusiones, La llegada de un bebé a una familia puede
llenarla de sumo gozo. Todos están expectantes ante la llegada de un nuevo
miembro y están atentos a participar de las celebraciones que giran en torno a
ello. Quieren visitar a los nuevos padres en el hospital, piden les envíen fotos,
de cada pequeño progreso en la criatura. Los padres definitivamente se sienten
rodeados de mucho amor y apoyo, hasta que llega el momento, ese desagradable momento
en el que tienes que cambiar los pañales sucios (si esta fuese una película,
inmediatamente escucharíamos la música de Psicosis en los altavoces).
Definitivamente, entre los momentos desagradables de la
paternidad inicial, éste es el tope de la lista. Muchos papás que conozco huyen
cuando llega este instante. Irónicamente cambiar pañales sucios, aunque te
desagrada, te acerca más a un bebé. Después de desarrollar la desagradable
tarea, puedes realmente sentirte conectado y que tu amor por ese pequeño crece,
tal vez por el gran sacrificio que implica la necesaria labor; y esto no solo
en el caso de los padres, sino también las amistades involucradas que también
prestan tal servicio a la familia, incluso las niñeras siempre terminan siendo
estimadas por años y años luego de cuidar a los pequeños.
Pañales sucios, limpiar heridas, desagradables tareas por
los más amados, trasnochos y sacrificios físicos, tocar a alguien con una
enfermedad en la piel, saludar a un indigente, ofrendar a un necesitado, aun
sacrificando los recursos de que dispones para tu comodidad, estas, definitivamente,
son las actividades que nos unen a las almas que no conocen a Dios, a los
abandonados, amargados, heridos…
“Sabiendo Jesús que el Padre le había
dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios
iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se
la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de
los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces
vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?
Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas
lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús
le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo…” Juan 13: 3-8
Pañales sucios, y lavamiento de pies…
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Y mientras más lo analizamos, más nos sorprendemos. Este
servicio no fue ofrecido al alma inocente de un recién nacido, sino, a los
hijos del trueno, Juan y Jacobo, al atolondrado Pedro, abusivo Mateo, al
incrédulo Tomas, al traidor Judas, a esta escritora pecadora y a ti…
Y ahora seguimos deslumbrados al notar que en estas últimas
24 horas previas a su crucifixión no dejó de declararnos su amor, continuo una
y otra vez soportando estoicamente los maltratos y humillaciones de aquellos a
quienes buscaba Salvar. ¿No vinculará esto nuestras almas al Maestro para
siempre?
A pesar de sentir vergüenza, así como Pedro, de que el
Maestro toque mis pies y note el desgaste físico, que limpie mi alma y detalle
la iniquidad, nada quedará oculto ante Él, pero mi alma estará ligada a Él para
siempre, Así como los diez discípulos que murieron por amor a Él, como el discípulo
amado que continuó sirviéndole aun en su exilio… Así también nosotros.
¿Y qué haremos después de
esto?
Solo puedo pensar en el
Rey David…
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Adorémosle con nuestra
vida…
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